A Tristán le está pasando algo muy extraño: está encogiendo y no sabe por qué. Los adultos no le hacen caso. Tienen demasiadas cosas que hacer para andar preocupados por los problemas de un niño.
Todos nos hemos sentido demasiado pequeños, casi invisibles, alguna vez. ¿Qué pasaría si un día encogieras de verdad?
Un libro tierno, inquietante y divertidísimo sobre la ceguera del mundo adulto.
«He aquí el libro de mi infancia.»
DAVID TRUEBA

Florence Parry Heide nació en Pittsburgh, justo cuando la I Guerra Mundial retiraba las armas. De niña, influenciada por su madre, actriz y crítica de teatro, representaba con sus hermanos breves obras que ellos mismos escribían. Quizá por eso, aunque estudió publicidad y relaciones públicas, pronto se lo pensó mejor y redirigió su carrera hacia las artes escénicas. Tenía veinticuatro años cuando conoció al que tan solo seis semanas después se convertiría en su marido. Con él tuvo cinco hijos, para quienes inventaba cada noche canciones y cuentos, afición que años después desembocaría en la escritura de libros infantiles. De entre los muchísimos que escribió, este Tristán que encoge es quizás el más memorable de todos. Que Florence acabara dedicándose a la literatura infantil no fue cosa de suerte, pues siempre se sintió más cómoda rodeada de niños: «Lo que más temía de pequeña era no aprender a ser un verdadero adulto. Lo cierto es que al final nunca descubrí cómo se hace».

Edward Gorey nació en Chicago en 1925. Con un año y medio hizo su primer dibujo de los trenes que pasaban frente a la casa de sus abuelos, y a los tres aprendió a leer sin ayuda. Sirvió en el Ejército durante la II Guerra Mundial (aunque jamás pisó un campo de batalla) y se licenció en Francés por la universidad de Harvard. Con 28 años comenzó a trabajar como diseñador e ilustrador en una editorial neoyorquina, pero sería un amigo librero quien afortunadamente lo descubriría: en su librería vendía los libros y posters de Edward, le organizaba firmas e incluso llegó a editar algunas de sus obras. Gorey compaginaba su animada actividad literaria con su otra gran pasión: el ballet. Muchos lo conocían de haberlo visto en algunas funciones, a las que acudía con el célebre uniforme que terminó por hacerle famoso: zapatillas de deporte, abrigo de piel y anillos de oro en todos los dedos de las manos. Pese a la fama que consiguió gracias a su maravillosa obra y a sus excentricidades, Gorey siempre prefirió estar solo en casa, rodeado de sus muchos gatos, leyendo, o viendo Expediente X. Y trabajando, sobre todo trabajando. Sus más de cien libros ilustrados lo demuestran.
Florence y Edward (a quien ella llamaba Ted, como el círculo más cercano del autor) se hicieron amigos trabajando en Tristán y siguieron siéndolo toda la vida. Cada vez que Florence visitaba Nueva York se citaban para comer y después daban un interminable paseo. ¿Y qué hacían durante aquellos paseos los dos amigos? Sencillamente, hablaban. Hablaban de todo y durante horas.