Quan ho tens tot, és difícil sobreviure sense res.
L’Abel és un ratolinet amb molta sort: viu en un entorn civilitzat i amb totes les comoditats, i és feliç amb la seva estimada Amanda. Un dia, una tempesta enorme els sorprèn mentre estan de pícnic. Un vent huracanat se l’endú i l’arrossega fins a un indret desconegut. Una illa remota. Un lloc gegant i ple de perills on haurà de construir vaixells, travessar rius, grimpar pels arbres i buscar menjar per sobreviure. Així descobreix l’escorça de bedoll i les tiges de dent de lleó, els seus nous menjars preferits.
L’Abel és lluny del món que coneix, en un lloc hostil, on ha de sobreviure tot sol, i només somia amb tornar a casa al costat de la seva Amanda. Però aquest Robinson Crusoe rosegador descobrirà ben aviat els secrets meravellosos de l’illa, i de la vida.
Un viatge emocionant, poètic i tremendament divertit. Una de les obres mestres de la literatura infantil universal.
«Steig és humor, elegància i una tendresa immensa. Un mestre de la literatura infantil.» Eric Carle
«El meu autor més admirat. El meu heroi.» Jon Klassen

William Steig vivió nada menos que noventa y cinco años. Comenzó a trabajar como caricaturista en el New Yorker en 1930 (para ellos haría unos 1.600 dibujos y más de 100 cubiertas en siete décadas), y escribió e ilustró más de veinte libros considerados hoy clásicos indiscutibles de la literatura infantil. Su incursión literaria no llegó hasta cumplidos los sesenta y un años, pero pronto fue imposible pararlo: de su tintero salieron en fila personajes tan emblemáticos como Silvestre y la piedrecita mágica, Irene la valiente, Shrek! o Doctor De Soto, sin olvidar los revolucionarios dibujos simbólicos que quedaron recogidos en un sinfín de libros para adultos. Los reconocimientos a su trabajo no pararon de llegar en toda su carrera. El último, en 1995, fue el título de «Rey de las caricaturas», que le otorgó la prestigiosa revista Newsweek. Y sin duda sigue siendo el rey: sus ilustraciones cómico-satíricas (en las que la fauna más mordaz campa a sus anchas) no han encontrado parangón quince años después de su muerte.
Una de sus hijas, Maggie, recuerda con cariño un juego al que solía jugar con su padre, en el que ella debía elegir entre dos objetos (tales como una ventana o una puerta) para encarnar uno de ellos. Lo llamaban «¿Qué preferirías ser?» y de ahí sacaban excelentes historias. Seguramente, elegir entre los queridísimos personajes de Steig, buscar un preferido, siga siendo uno de los juegos predilectos de muchos niños en todos los rincones del planeta. Y de no menos adultos.