S’han arribat a dir tantes bestieses sobre la meravellosa granja d’en McBroom que serà millor que llegiu aquest llibre i en descobriu la veritat.
Benvinguts a la meravellosa granja d’en McBroom, un lloc com cap altre. Hi trobareu horts que creixen per art de màgia, síndries i panolles gegants, vents huracanats furiosos, una pluja de llebres, una horrible invasió de llagostes, i fins i tot un fantasma que deambula sense descans. La màgia i el riure els teniu assegurats!

Sid Fleischman nació en Brooklyn en 1920, y a los diez años decidió que quería ser mago. Empezó a practicar con cartas, monedas, un conejo despistado de vez en cuando, y pronto empezó a actuar en salas locales. La magia, su gran pasión, empaparía después toda su obra literaria. Aunque no fue hasta que cumplió treinta años que se convirtió en escritor. De su mano nacieron historias de suspense, guiones brillantes y, finalmente, libros infantiles, que escribió para que sus hijos entendiesen qué es lo que hacía en casa todo el día. Ellos lo comprendieron, y él incluso ganó el prestigioso premio Newbery. Sid escribía de noche, cuando la casa dormía, y jamás sabía lo que iba a ocurrir en sus historias. Los giros se sucedían sin previsión, de repente y por sorpresa.
Quentin Blake empezó a dibujar antes que a almacenar recuerdos: aún conserva un dibujo que debió firmar con cuatro años, aunque no se recuerda haciéndolo. Pasó de dibujar para la revista de la escuela a enviar sus ilustraciones a Punch, donde por fin fue publicado a los dieciséis años. Aunque todo parecía empujarlo a las Bellas Artes, decidió licenciarse en Literatura inglesa, porque «aprender a apreciar las palabras es precisamente lo que necesita un buen ilustrador». Y vaya si aprendió. Finalizados sus estudios literarios se matriculó en la Escuela de Arte de Chelsea, y de allí sus pasos le dirigieron al Royal College of Art, donde terminaría dirigiendo el departamento de ilustración. Celebérrimas son sus colaboraciones con autores de la talla de Russell Hoban, Michael Rosen y, sobre todo, Roald Dahl, además de sus ilustraciones para clásicos como el Cándido de Voltaire, la Canción de Navidad de Dickens y el Quijote. También, y como no podía ser de otra manera, le han llovido los premios: el Hans Christian Andersen, el Bologna Ragazzi y el Eleanor Farjeon, entre muchos otros. En El violín de Patrick nos cuenta la historia de un violinista determinado e incansable, entregado a mejorar el mundo conforme lo atraviesa arrancando notas a su preciado instrumento. No es difícil ver en este alegre personaje al propio Quentin, también incombustible y afanado en su labor de hacer del mundo un lugar más amable. Un artista que trabaja con el convencimiento de que «dibujar es la cosa más importante que existe». Y que, al consagrar su vida a esta importancia máxima, lo ha dibujado todo.