Los martes, terrina del chef.
Los miércoles, conejo a la cazadora.
Los jueves, alcachofas en vinagreta.
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Chez Picard, la vida transcurre plácida y regular. Menos mal.
Bastantes sinsabores nos dan la política y la selección de fútbol. Cada uno a su hora, los clientes llegan, discuten y se van. Pero un día… parecía un día como los demás, pero el señor Lambert no aparece.
¿Tendrá un problema? ¿Algún disgusto? ¿O un nuevo amor?
Tejiendo fantasías y recuerdos, los comensales de Chez Picard acompañan a su amigo ausente en su aventura por el mundo exterior.
Ah, las mujeres… no hay quien las entienda. ¿Y qué decir de las próximas elecciones? O de los riesgos de jugar con tres defensas…
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Con los materiales que a otros solo les servirían para decir «aquí no pasa nada», el trazo fino de Sempé —dibujo y palabra— construye un hermoso canto a la amistad, una tierna reflexión sobre el sentido, o sinsentido, de la vida.

Jean-Jacques Sempé (o sencillamente Sempé, como firma su obra) se trasladó a un París que siempre le había fascinado con dieciocho años, donde trabajó como repartidor de vino. No obstante, sus ilustraciones estaban llamadas a colonizar las bibliotecas infantiles de todo el mundo, y no tardó en aparcar la bicicleta que usaba para los repartos. Sus primeros pasos como ilustrador vinieron de la mano de revistas y periódicos franceses como Paris Match y L’Express, que encontraron en sus caricaturas el vehículo perfecto para la crítica y la sátira social. Sus acuarelas, revestidas de lirismo y aparente sencillez, terminaron por traspasar las fronteras del periodismo galo para recalar en lo literario, y hoy cuenta con más de cuarenta libros a sus espaldas. Mención especial merecen Catherine (Blackie Books, 2014), que firmó con el premio Nobel Patrick Modiano, y las desternillantes peripecias de El Pequeño Nicolás, el personaje que creó junto a René Goscinny y que ha sido traducido a más de treinta idiomas. Pero Sempé es un dibujante maravilloso que también escribe historias maravillosas. Como esta, Marcelín, sobre un niño que no puede evitar sonrojarse. Tal vez le pase lo mismo a su creador, quién sabe, pues en una ocasión aseguró: «Dibujo mis propias debilidades».