«De pequeño, tuve unos padres. Y también un tío y una tía. Luego me metieron en el orfanato. Entonces, vino la guerra, igual que para todo el mundo. Después de la guerra, tuve unos padres. Y también un tío y una tía. Pero ya no eran los mismos».
«Mi existencia empezó con una votación del Partido Comunista de Polonia. Que me fue favorable. ¡Fetos del mundo, uníos!».
«Transcurren varios meses hasta que mi madre vuelve para verme, en el verano de 1937. Descubro, con gran sorpresa, que ya no entiendo el polaco. No reconozco ninguna de las palabras que salen en fila india de su boca».
«Tenemos siete años. “¡No pasarán!”, gritamos en español y en francés, “¡Paz, pan y libertad para nuestros amigos españoles!”».
«¿Quién puede presumir de que lo busque la policía, en plena guerra, a la edad de doce años? Me parece algo excepcional. Pero me gustaría volver una última vez a la escuela».
«No lloro. Aunque estoy muy triste. Pero estamos en guerra y comprendo que mi estado de ánimo no viene a cuento».
La historia de Julek es tan increíble que solo él puede explicarla. Y solo él puede hacerlo con esa mirada de niño: tierna, triste y cómica; a veces cándida y otras demasiado madura; entre el Diario de Ana Frank y La vida es bella. La mirada de un niño que cambia tres veces de nombre, viaja por toda Europa y sufre el fanatismo de demasiadas banderas. Tiene dos armas secretas: sabe reírse y también sabe hablar el idioma de los perros.

Cuando a Joanna Gruda le preguntaban por la increíble historia de su padre, Julek, solía contestar: «Bueno, será mejor que nos sentemos, esto va a ser largo y complicado...». Estaba convendida de que él, el chico polaco que nació en el Moscú soviético pocos días después del crac del 29 y que se vio obligado a adoptar múltiples identidades para sobrevivir a las purgas estalinistas y a la persecución de judíos y comunistas durante la Segunda Guerra Mundial, escribiría al fin sus memorias, pero, quién sabe por qué, decidió no hacerlo. De modo que un buen día a quien hizo sentar fue a Julek, no sin antes colocar una grabadora encima de la mesa con el sencillo propósito de transcribir sus experiencias para uso y disfrute familiar. Después de un tiempo de maduración y de escritura reposada, el resultado de esas conversaciones que duraron meses fue El niño que sabía hablar el idioma de los perros, su primera novela.
Joanna Gruda llegó a Canadá en barco cuando tan solo tenía dos años en compañía de sus padres, desencantados del comunismo. Ha trabajado como actriz de teatro durante muchos años y se gana la vida como traductora. Definitivamente, El niño que sabía hablar el idioma de los perros no será leída solamente por los hijos y los nietos de Julek. Publicada en Canadá en febrero de 2013, en 2014 ha obtenido el Premio de los Lectores Emergentes de la región de Abitibi- Témiscamingue. Sus derechos de traducción se han vendido en Holanda, Polonia, Italia, Estados Unidos, Gran Bretaña, Brasil, Turquía, China y España. Y todo parece indicar que esto no ha hecho más que empezar. No en vano, esta pequeña gran historia ha sido comparada a obras de alcance universal como El diario de Ana Frank, La vida es bella y La ladrona de libros.