La increíble historia del soldado japonés que jamás se rindió (porque no sabía que la Segunda Guerra Mundial había acabado).
La primera novela de Herzog, nuestro mayor genio vivo.
Blackie Books continúa con su Biblioteca Werner Herzog, dedicada al pensador más intrépido, divertido y profundo de los últimos tiempos. Todas y cada una de sus historias las podría contar cualquiera en un bar, frente a una chimenea, en una sala académica, y atraparían la atención del público. Pero el caso es que, cuando las narra Herzog, se convierten en únicas y mágicas y nos hablan del alma del ser humano. De quiénes somos en realidad.
—Señor Herzog —me dijo—. El emperador quiere invitarlo a una audiencia privada. A menos que no pueda permitirse distracciones antes del estreno, claro.
—¡Cielo santo! —respondí—. No tengo ni idea de cómo hablarle al emperador. La conversación acabaría siendo un intercambio insustancial de fórmulas de cortesía.
Sentí la mano de mi esposa Lena sobre la mía, pero ya era demasiado tarde. Había rehusado la invitación. Fue un paso en falso, tan estúpido y descomunal que todavía hoy me avergüenza. Todos los que estaban sentados a la mesa se quedaron petrificados. Nadie parecía respirar. Todas las miradas cayeron al suelo, se apartaron de mí, y un largo silencio congeló el ambiente. Pensé que, en ese instante, todo Japón contenía el aliento. Una voz rompió el silencio:
—¿A quién le gustaría conocer en Japón, entonces?
Sin pensarlo, dije:
—A Onoda.
¿Onoda? ¿Onoda?
—Sí —dije—, a Hiroo Onoda.
Una semana más tarde, lo conocí.

Werner Herzog creció en un remoto pueblo de montaña de Baviera. De niño nunca fue al cine, no tenía televisión ni teléfono. En 1961, cuando todavía estaba en secundaria, trabajó como soldador en el turno de noche para producir su primera película. Tenía diecinueve años. Desde entonces ha producido, escrito y dirigido más de cincuenta películas, entre ellas Aguirre, La cólera de Dios, El enigma de Gaspar Hauser y Grizzly Man. Pero no solo dedica su tiempo al cine, sino también a la (buena) literatura. De hecho, lo que escribe se convierte instantáneamente en obra de culto: Conquista de lo inútil (Blackie Books, 2010), diario de rodaje de su mítica Fitzcarraldo, es considerada una de las crónicas más importantes del siglo xxi. Y ahora llega El crepúsculo del mundo, sobre un soldado japonés en terreno enemigo, uno de los episodios más asombrosos y salvajes de la Historia moderna. Herzog vive en Los Ángeles, donde dirige una serie de seminarios de cine en los que no se imparte ningún tipo de enseñanza técnica, una escuela «para los que han viajado a pie, han mantenido el orden en un prostíbulo o han sido celadores en un asilo mental (...) en resumen, para los que tienen un sentido poético. Para los peregrinos. Para los que pueden contar un cuento a un niño de cuatro años y mantener su atención, para los que sienten un fuego en su interior». El fuego que siente Werner a sus setenta y nueve años, y el que transmite en todo lo que escribe y hace.