Conquista de lo inútil, más bien un largo poema en prosa de dimensiones épicas, crónica de la locura –la del personaje, que a lo largo del libro se va confundiendo con el director, o viceversa–, relato del desastre (no siempre imaginario, en gran medida convocado, invocado) y cómo no, de una conquista. Un texto escrito sin la certeza o la intención de que fuese publicado, y en ocasión del prodigio y los reveses de un viaje a la selva amazónica (pues el autor se negó a hacer la película en estudio, a echar mano de efectos especiales), una suerte de negativo o inversión de la tierra prometida, para rodar la historia de un magnate del caucho empeñado en construir una ópera en plena jungla, para lo cual deberá hacer pasar un barco por encima de una montaña. Un viaje de años, porque fueron años, en los todo lo que podía ir mal fue mal.
Tres décadas más tarde, esta Conquista de lo inútil a «diario de un cineasta». Si lo que se lleva es que los personajes famosos que no se dedican a la literatura escriban libros no siempre memorables,
Conquista de lo inútil es un texto lírico, un libro de aventuras, casi un diario de la propia selva, si no fuese porque ella no se entera de lo que hace a los seres humanos; en parte una defensa ante acusaciones de todo tipo, sobre todo de locura peligrosa y por otra relato de un combate habitual y al mismo tiempo fuera de lo común con el mundo; cristalización de la soledad, la pasión, la tenacidad y obra de un aventurero de la imagen y la palabra, un hombre que decidirá medirse, una vez más con la naturaleza (ya había estado en la selva durante el rodaje de Conquista del autor, y la lucha que aquí se narra sea profundamente física. Como tal vez lo sea un poco la experiencia de su lectura.

Werner Herzog creció en un remoto pueblo de montaña de Baviera. De niño nunca fue al cine, no tenía televisión ni teléfono. En 1961, cuando todavía estaba en secundaria, trabajó como soldador en el turno de noche para producir su primera película. Tenía diecinueve años. Desde entonces ha producido, escrito y dirigido más de cincuenta películas, entre ellas Aguirre, La cólera de Dios, El enigma de Gaspar Hauser y Grizzly Man. Pero no solo dedica su tiempo al cine, sino también a la (buena) literatura. De hecho, lo que escribe se convierte instantáneamente en obra de culto: Conquista de lo inútil (Blackie Books, 2010), diario de rodaje de su mítica Fitzcarraldo, es considerada una de las crónicas más importantes del siglo xxi. Y ahora llega El crepúsculo del mundo, sobre un soldado japonés en terreno enemigo, uno de los episodios más asombrosos y salvajes de la Historia moderna. Herzog vive en Los Ángeles, donde dirige una serie de seminarios de cine en los que no se imparte ningún tipo de enseñanza técnica, una escuela «para los que han viajado a pie, han mantenido el orden en un prostíbulo o han sido celadores en un asilo mental (...) en resumen, para los que tienen un sentido poético. Para los peregrinos. Para los que pueden contar un cuento a un niño de cuatro años y mantener su atención, para los que sienten un fuego en su interior». El fuego que siente Werner a sus setenta y nueve años, y el que transmite en todo lo que escribe y hace.